fatigado, pienso en el cuerpo de mi hermana:
la cabeza soñadora, quejándose,
los ojos luminosos, abiertos como lámparas, la boca rota y
roja, llamándome, rezando...
¡Qué blanca camisa y la toalla alrededor de su cabello!
¡Qué oscuro ángel parecía, andando moribunda, por la carretera!
¡Cómo mantuvo el aliento hasta llegar, de nuevo a mí, y darme la última benevolencia de sus labios:
"no te preocupes, anochece y nadie nos ha visto..."!
¡Qué silencio después!
¡Qué pies los míos más desorientados!
¡Qué tiniebla imborrable!
¡Qué lejos,
qué lejos el amor y nuestra casa!
Isla Correyero
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