Cuando me acuesto para una mamografía
me siento como mi padre en la cama del hospital
a punto de respirar por última vez; puedo sentirme dentro suyo,
mis brazos en sus brazos, mis manos llenando las suyas,
mi pecho es su pecho: quedan tres respiraciones,
en fila como los últimos tres óvulos de una mujer.
No sé cuándo encontró el bulto,
asomándose al mundo sobre su clavícula.
Pero cuando me acuesto y me preparo a morir,
lista para encontrar una esfera dura como
un guisante marchito sumergido en mi pecho,
siento cómo me escurro enteramente
dentro de mi padre,
hondo dentro suyo
como una canoa mortuoria
de la medida exacta de mi cuerpo.
Le gustaba mostrármelos,
los nódulos, los puntos, las lesiones de los rayos,
el mapa apergaminado de su pecho. Cuando se fue
-uno, dos, tres, y después nada-
dejó el cuerpo sobre la cama
como a las mitades de un molde,
o de un yeso partido.
Quisiera poder decir que vi una pata esbelta
y bien formada emerger de la crisálida, un ala
humedecida, una criatura abriéndose al sol
y volando fuera de la ventana, pero murió sumergido
dentro de su cuerpo, hundiéndose más y más
hasta irse del todo,
como un cuerpo enterrado disolviéndose en la tierra.
Me desnudo hasta la cintura, de espalda
sobre la madera, paso a paso van
mis dedos por mi pecho, exploradores
a la intemperie del polo nevado, buscando
la punta del eje. Que no encuentres nada,
susurra mi padre, y los dedos paso a paso
paso tal como él solía jugar conmigo
a la Araña Itsy Bitsy, subiendo
muy despacio por mi brazo. Su parte preferida
era la lluvia, el insecto cayéndose,
y la mía el regreso, el grifo seco
una vez más, los ocho dedos subiendo,
el juego, que no tenía fin.
Sharon Olds
Traducción de Mori Ponsowy
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